No somos víctimas de nada ni de nadie. Nadie nos obliga a que hagamos todo lo que hacemos. La verdad es que todo ese maremágnum de tareas lo hacemos porque queremos. Por dos motivos principales: porque nos da satisfacción y orgullo personal saber que podemos con todo – esa hermosa sensación de tener la “misión cumplida” – y porque nos encanta que nuestros amores nos necesiten. Cuando una esta de novia, sueña con casarse y tener hijos que le digan “mamá”. Cuando tiene el primer bebé, no ve la hora de que esa criaturita sonrosada aprenda hablar y nos diga “mamá” . Cuando son grandes, si nos lo dicen muy seguidos, nos quejamos porque nos interrumpen con sus pedidos y reclamos. Pero la verdad es que nos encanta escuchar esa palabra que nos hace sentir tan importantes y necesarias, tan abejas reinas y tan centro de sus pequeños universos.
Una amiga que trabaja en su casa me contaba que acostumbra interrrumpir sus tareas cuando llegan los chicos de la escuela, para hacerles la leche y merendar con ellos. Un día que estaba particularmente atareada con mucho trabajo atrasado, su hijo de doce años llegó y le dijo “Mamá, ¿ me hacés la leche?” . Viendo que no podía interrumpir su trabajo, ella le dijo “Nene, ya sos grande… ¿Qué te cuesta sacar una vaso de la alacena, sacra la leche de la heladera, abrir la lata de galletitas y hacerte la leche vos mismo?”
Tenia razón: el pibe estaba totalmente capacitado para servirse la leche sin su ayuda . Pero apenas ella terminó de pronunciar esas palabras, se sintió espantosamente mal y profundamente arrepentida. Y pensó: “Tiene doce años y me está pidiendo que le haga la leche. No lo pide por vagancia, sino porque quiere que yo lo atienda un poco, que me dedique un rato a él….¡Soy una bestia! ¿Cómo puedo dejarlo tomando la leche solo?¿Cuantos años mas me va a pedir que le haga la leche, antes de que crezca, sea un adolescente, se comunique con gruñidos, vaya a la facultad y sólo venga a casa a dormir?” Entonces salió como una tromba para la cocina para decirle: “ ¡ Nico , esperá que te sirvo la leche yooooo!” Por supuesto, el nene no entendió nada de esa reacción abrupta. Ella le sonrió un poco avergonzada y le dijo “Es que…necesito parar un poco para tomarme un cafecito…Contame, ¿cómo te fue en la escuela?”
Son muchísimas las cosas que podrían hacer nuestros hijos solos y las acabamos haciendo nosotras, sólo porque queremos hacerlas. Porque nos enternece que nos sigan necesitando, porque nos gusta que cuenten con nosotras, porque queremos que sepan que estamos ahí para ellos y porque nos encanta seguir escuchando ese titulo nobiliario que nos llena de orgullo: “¡Mamaaaaaaá!”
Una amiga que trabaja en su casa me contaba que acostumbra interrrumpir sus tareas cuando llegan los chicos de la escuela, para hacerles la leche y merendar con ellos. Un día que estaba particularmente atareada con mucho trabajo atrasado, su hijo de doce años llegó y le dijo “Mamá, ¿ me hacés la leche?” . Viendo que no podía interrumpir su trabajo, ella le dijo “Nene, ya sos grande… ¿Qué te cuesta sacar una vaso de la alacena, sacra la leche de la heladera, abrir la lata de galletitas y hacerte la leche vos mismo?”
Tenia razón: el pibe estaba totalmente capacitado para servirse la leche sin su ayuda . Pero apenas ella terminó de pronunciar esas palabras, se sintió espantosamente mal y profundamente arrepentida. Y pensó: “Tiene doce años y me está pidiendo que le haga la leche. No lo pide por vagancia, sino porque quiere que yo lo atienda un poco, que me dedique un rato a él….¡Soy una bestia! ¿Cómo puedo dejarlo tomando la leche solo?¿Cuantos años mas me va a pedir que le haga la leche, antes de que crezca, sea un adolescente, se comunique con gruñidos, vaya a la facultad y sólo venga a casa a dormir?” Entonces salió como una tromba para la cocina para decirle: “ ¡ Nico , esperá que te sirvo la leche yooooo!” Por supuesto, el nene no entendió nada de esa reacción abrupta. Ella le sonrió un poco avergonzada y le dijo “Es que…necesito parar un poco para tomarme un cafecito…Contame, ¿cómo te fue en la escuela?”
Son muchísimas las cosas que podrían hacer nuestros hijos solos y las acabamos haciendo nosotras, sólo porque queremos hacerlas. Porque nos enternece que nos sigan necesitando, porque nos gusta que cuenten con nosotras, porque queremos que sepan que estamos ahí para ellos y porque nos encanta seguir escuchando ese titulo nobiliario que nos llena de orgullo: “¡Mamaaaaaaá!”
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