Es desesperante ver todo lo que cuesta mantener una casa limpia, y cuán poco dura la limpieza. En la batalla eterna contra la roña, una nunca gana. Cuando te das cuenta de que por más que limpies, mañana hay que hacerlo todo otra vez, una llega a cierta conclusión: si a nadie le importa que haya cosas tiradas por el piso…¿por qué te tiene que importar a vos? Para no volverte loca con las tareas domésticas, hay que bajar las exigencias. Por ejemplo, a mí no me importa que las camas estén hechas, sino que tengan cubrecamas grandes que tapen lo mal hechas que están.
Vivir en una casa impecable es una quimera. Por eso todo puede estar tan desordenado como sea, siempre y cuando no vengan visitas.
Las mujeres de hoy, samuráis de la vida cotidiana, precisamos calmar el espíritu recordando dos cosas:
1) No hay que angustiarse por pequeñeces.
2) Todo son pequeñeces.
Por esto, a veces, simplemente te conviene aceptar que no te sale ser una buena madre, sino una madre cansada. Hay dos maneras de dejar de intentar ser la Wonderwoman.
Una es copiarte de tu marido.
Mirá a tu marido, ¿cómo hace? ¿Cómo logra ser padre y no tener nunca un ápice de culpa por no estar junto a sus hijos? Tu marido siente el derecho inalienable de tener una carrera y dedicarse a su trabajo y jugar un fútbol con los amigos cuando sale del trabajo. Nadie lo culpa por eso. A tu marido los chicos lo ven solo los fines de semana. ¿Lo quieren menos por eso? Al contrario: lo quieren más, porque nunca está para retarlos.
El segundo truco para no ser la Wonderwoman es tomar conciencia de que todo se solucionaría si fuéramos más capaces de decir “¿Y qué?” como toda respuesta. Veremos que esto le quita dramatismo a las cosas, sin que tengamos que mover un dedo. Por ejemplo:
“Hay una parva de ropa para planchar. ¿Y qué? Se guarda arrugada y que esta sea la “semana de la arruga”.”
“La heladera está vacía. ¿Y qué? Comemos fruta, o hacemos ayuno.”
“Al nene le va mal en la escuela. ¿Y qué? El mundo está lleno de gente exitosa que jamás terminó los estudios.”
“Tengo el pelo a la miseria. ¿Y qué? ¡Mi marido ni siquiera tiene pelo!”
“Me la paso trabajando, arreglando la casa y atendiendo a mis hijos… ¿Y qué? ¡Me encanta sentirme una Wonderwoman!”
Tener hijos es genial. Y cada vez que nos hacen reír con sus ocurrencias, nos asombramos con sus razonamientos y que nos admiramos con sus avances – le pedimos que saquen la basura sólo cuatro veces…¡ y lo hicieron! - , nos felicitamos por haberlos tenido.Como le cuenta Bill Murray a una chica recién casada en la película “Lost in Translation”: “Tener hijos te permite contactarte con las personas más encantadoras que jamás conocerás”.
Relajate. Disfrutá. Acordate que es más importante escuchar lo que tienen tus hijos para contarte que fregar los pisos. Es más valioso sentarte a comer con ellos, que quedarte lavando los platos mientras comen solos.
La maternidad pone tu vida y tu carrera patas arriba, es cierto. Te lleva a descarrilar todos tus planes para el futuro y a querer salir corriendo de las reuniones de negocios para volver casa con tu bebé.
Ser mamá te transforma en otra persona, posterga tus planes y trastoca tus prioridades.
Te atrasa en el trabajo, demora el crecimiento de tu carrera, y te hace sentir vulnerable aunque seas Ministra de Defensa. Pero te hace desear que te duela la panza a vos y no a tu hijo, y te hace sentirte más feliz por un “ Felicitado” que trae de la escuela que porque tu jefe te felicite .
Por eso, ser mamá, aunque sea cansador, es lo único en la vida de lo que jamás te arrepentís. Ser mamá te potencia y te hace sentir una diosa : superpoderosa.
Vivir en una casa impecable es una quimera. Por eso todo puede estar tan desordenado como sea, siempre y cuando no vengan visitas.
Las mujeres de hoy, samuráis de la vida cotidiana, precisamos calmar el espíritu recordando dos cosas:
1) No hay que angustiarse por pequeñeces.
2) Todo son pequeñeces.
Por esto, a veces, simplemente te conviene aceptar que no te sale ser una buena madre, sino una madre cansada. Hay dos maneras de dejar de intentar ser la Wonderwoman.
Una es copiarte de tu marido.
Mirá a tu marido, ¿cómo hace? ¿Cómo logra ser padre y no tener nunca un ápice de culpa por no estar junto a sus hijos? Tu marido siente el derecho inalienable de tener una carrera y dedicarse a su trabajo y jugar un fútbol con los amigos cuando sale del trabajo. Nadie lo culpa por eso. A tu marido los chicos lo ven solo los fines de semana. ¿Lo quieren menos por eso? Al contrario: lo quieren más, porque nunca está para retarlos.
El segundo truco para no ser la Wonderwoman es tomar conciencia de que todo se solucionaría si fuéramos más capaces de decir “¿Y qué?” como toda respuesta. Veremos que esto le quita dramatismo a las cosas, sin que tengamos que mover un dedo. Por ejemplo:
“Hay una parva de ropa para planchar. ¿Y qué? Se guarda arrugada y que esta sea la “semana de la arruga”.”
“La heladera está vacía. ¿Y qué? Comemos fruta, o hacemos ayuno.”
“Al nene le va mal en la escuela. ¿Y qué? El mundo está lleno de gente exitosa que jamás terminó los estudios.”
“Tengo el pelo a la miseria. ¿Y qué? ¡Mi marido ni siquiera tiene pelo!”
“Me la paso trabajando, arreglando la casa y atendiendo a mis hijos… ¿Y qué? ¡Me encanta sentirme una Wonderwoman!”
Tener hijos es genial. Y cada vez que nos hacen reír con sus ocurrencias, nos asombramos con sus razonamientos y que nos admiramos con sus avances – le pedimos que saquen la basura sólo cuatro veces…¡ y lo hicieron! - , nos felicitamos por haberlos tenido.Como le cuenta Bill Murray a una chica recién casada en la película “Lost in Translation”: “Tener hijos te permite contactarte con las personas más encantadoras que jamás conocerás”.
Relajate. Disfrutá. Acordate que es más importante escuchar lo que tienen tus hijos para contarte que fregar los pisos. Es más valioso sentarte a comer con ellos, que quedarte lavando los platos mientras comen solos.
La maternidad pone tu vida y tu carrera patas arriba, es cierto. Te lleva a descarrilar todos tus planes para el futuro y a querer salir corriendo de las reuniones de negocios para volver casa con tu bebé.
Ser mamá te transforma en otra persona, posterga tus planes y trastoca tus prioridades.
Te atrasa en el trabajo, demora el crecimiento de tu carrera, y te hace sentir vulnerable aunque seas Ministra de Defensa. Pero te hace desear que te duela la panza a vos y no a tu hijo, y te hace sentirte más feliz por un “ Felicitado” que trae de la escuela que porque tu jefe te felicite .
Por eso, ser mamá, aunque sea cansador, es lo único en la vida de lo que jamás te arrepentís. Ser mamá te potencia y te hace sentir una diosa : superpoderosa.
uff! me levante con el pie izquierdo y con un caracter de los mil demonios y al navegar por aqui me encontre con esto tan hermoso que escribiste, voy a practicar los dos puntos.
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