martes, 3 de marzo de 2009

Mujeres al borde del ataque de sueño




Suena el despertador, como cada mañana, a las seis y cuarto en punto.
No, no tenés que levantarte tan temprano para ir a trabajar. Tenés que levantar a tu hijo para que vaya a la escuela. No sabés muy bien para qué, porque ya sabe leer, escribir, sumar, restar, dividir y multiplicar. Pero tiene que ir. Aunque sea, para estar en algún lugar vigilado mientras vos trabajás. Además, sin la primaria terminada, no va a conseguir trabajo ni como repartidor de pizza. ¿O sí? Medio dormida, apuntás mentalmente: “Averiguar qué trabajo se consigue sin la primaria completa” ¿Paseador de perros?¿ Limpiador de inodoros?
“Mejor que vaya al cole”, pensás.
Ya hace veinte años que terminaste la escuela. En tu trabajo actual alcanza con que abras los ojos a las ocho, te vistas en cinco minutos, te maquilles en el tren y desayunes en la oficina. Pero si no te levantás vos, en tu casa nadie termina su educación. Sabrán leer, pero - ¡horror! – jamás sabrán qué pasó en la Era Precámbrica, qué es un diptongo, ni cómo vivían los antiguos griegos.
Pasarlos a turno tarde tampoco sirve: se levantan para almorzar, y nunca se acostumbran a madrugar. La que se acostumbra sos vos, que hasta los domingos te despertás a las seis y cuarto.
Esperar a que crezcan para despertarse solos tampoco resuelve mucho. Los chicos que asisten a la escuela secundaria no escuchan los despertadores.
Intentás sobornos- “¡Chicos, hay panqueques para el desayuno!”- , amenazas- “Si no se levantan, les tiro un balde agua” – , sin resultado.
No sé si fue Newton o su esposa la que descubrió la Ley de la Inercia, esa que dice que todo hijo acostado se niega a pararse y todo hijo parado se niega a acostarse, pero en cada casa del mundo, millones de mujeres son las primeras en levantarse y las últimas en acostarse.
Sabemos que si no nos levantamos nosotras, nadie arranca. Somos como el sistema de ignición del motor de la familia.
Todo esto redunda en una sola cosa: el día recién comienza, y vos ya te estás cayendo a pedazos. Y todavía te falta pasar ocho horas en la oficina, o doce horas trabajando en casa, teniendo todo limpio, ordenado, haciendo las compras y cocinando para todos….¡ Noooo!

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